sábado, 23 de febrero de 2013

Esto es América


   Termina otra semana de conversaciones sobre Paraíso Ego y todas han dejado la sensación de no haber podido expresar lo que se debía.

 En una entrevista, creo que con Teleantioquia, se merodeó el tema de qué tan inspiracional para otros escritores puede resultar una forma de escritura en formatos digitales. 


En esta ciudad no mucho, creo. 


Es difícil descifrar, igual, la cara de todos esos escritores que me he encontrado en las calles de Medellín últimamente.


Ninguno puede creer que haya habido una resonancia mía en la prensa. Ninguno lo admite. Todos, más de 10 quizás,  tan franceses. 


Todos, 15 o 16 tal vez, tan artesanales. 


Todos tan resistentes a que se les contamine su arte. Todos tan hostiles ante la idea de que yo esté dándole un mal nombre a la literatura, a la forma industrial de empacar mis letras, que en últimas es lo que estoy tratando de hacer: proponer un tipo de distribución. Poner mis novelas, buenas o malas, en las estanterías del futuro. 


Hoy, más que nunca, lo sagrado es el papel, lo sé. 


Especialmente en un mundo depredador del medio ambiente, sube el precio del soporte. 


Y, por ahí, yo pudiera decir que son envidia las caras de los escritores que me han dado ´cara´ en estas dos semanas.


 Serían envidias justificadas, de todos modos.


 Hay gente que se levanta todos los días a leer juiciosa, a escribir y así en los últimos 40 o 50 años. Pero nunca han merecido ni una pequeña reseña en la hojita parroquial del Guanábano.


 Ahora viene este criminal del video, escritor de fin de semana, que nunca ha leído más de dos libros al mes y recibe una retroalimentación apabullante con sus novelas. Eso no da ni para envidia siquiera. Da para coraje. Yo, si fuera un ultra apasionado por la escritura, me estaría sintiendo así estando en el lugar de ellos.


 Pero no voy a caer en eso. No voy a seguirle el juego a las venganzas del mundillo. Quiero creer que es más extrañeza, miedo a lo desconocido, ineptitud para consumir vía internet, lo que vislumbro en sus caras. 


Sostener una entrevista con la prensa, me recuerda un poco a la juvenil experiencia de contratar una prostituta. Mucha excitación antes, muchas expectativas, crees que vas a alcanzar una especie de éxtasis súmmum que te colme para el resto de tus días. 


Pero no. Lo que ha sobrevenido es un vacío después de hablar de Paraíso Ego en todos estos minutos de medios de comunicación. El vacío mismo ese que sentías cuando salía la chica por la puerta con tus restos de dinero y de líbido. 


El medio de turno te hizo sentir atendido por un instante, pero no pudiste hablar. Hablar sin hablar. Es esa más o menos una buena definición del entrevistado cultural hoy en día. Inventas una lengua, pero tú no la hablas. Tu lengua siempre será hablada por el periodista, el entrevistador. Vos muriendo al atardecer, eternamente perdido en la traducción.


Quisieras que todas la entrevistas sean como una oportunidad para dar una conferencia, una retahíla sobre el desarrollar un personaje o dos, y gastarse 200 o 300 páginas, interrelacionándolos, creándoles unos antecedentes, un norte, sin necesidad de tramas.


Pero una retahíla llena de palabras raras no es periodismo, señores. Eso es academia y esto no es Francia ni Cataluña. This is America.





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